Equivocarse.

Esta mañana desperté con una extraña sensación, pero que, sin embargo, reconocía como de algún tiempo lejano. Cuando ví la ropa tirada en el piso de la habitación, ahí recordé.
Era uno de esos momentos en que un gran error baila delante de nuestras narices y se nos viene encima con todo su cargamento de culpas y castigos.
Un buen café podía ayudar a despabilarme, y así ver las cosas con más claridad. Pero, ¿para qué quería claridad luego de tamaña equivocación?
Lo mejor era seguir durmiendo.
Me tapé para desaparecer del mundo. Las sábanas enredadas dejaron libres mis pies.
Entonces, me invadió el perfume que había quedado sobre la almohada.
Y recordé. Y recordé. Y volví a recordar.
No hay caso. A veces vale la pena equivocarse.