Puede ser un extraño papá. Ella lo mira en silencio y trata de imaginar
como es que se verá el mundo a través de esos ojos tan azules. Después
piensa que él no sirve para traer el desayuno a la cama. Que vuelva mamá
de trabajar.
Otras veces es distinto. Las mañanas son luminosas, entra el sol por las
persianas y se siente tibio, y da gusto levantarse. Aunque mamá no
esté. Se escuchan los ruidos de la calle, la chica que limpia barriendo
los pisos, y los pájaros. Papá lee sentado en el sillón. Ella se asoma y
lo espía. Entonces juegan. Él finge no verla mientras pasa las hojas y
ella se va acercando. Ahora se debe hacer el sorprendido. Si la sienta
en la falda, tal vez le cuente una historia. Si no, probablemente
le diga que camine diez vueltas en puntas de pie alrededor de la
alfombra del living. Ella le obedece y pasea mirando las flores
amarillas de su camisón.
Más tarde saldrán a caminar, y papá le va a comprar un payaso que cuelga
en la pared de una juguetería. Ella le muerde la naríz de goma y se da
cuenta que no sabe a qué jugar con un payaso. Mientras tanto, él se
agacha sobre la cuna de la hermana y le canta en francés.
Papá se ríe finito, tiene bigote y lee todo el tiempo. Hasta que el
libro se cae de sus manos y queda abierto sobre la alfombra del piso.
Ella se esconde. Quiere que todo sea mentira, como en sus juegos. Pero
sabe que no. Papá está muerto.