En otro lugar.


El viento del desierto no tiene piedad. Llega con toda la furia, descarga su enojo sacudiéndo los árboles, levantando la arena en un baile violento de hombre golpeador. Los cardos giran enloquecidos por las calles, en su maraña atrapan la basura que se escapa de las bolsas, y crujen sus ramas en gritos ahogados de protesta. Mientras tanto, cierro las ventanas; de todas formas, la arena encuentra siempre un hueco por dónde escaparse, y se deposita plácida sobre los muebles. El viento burlado agita los vidrios, y yo, con paciencia, dibujo sobre la mesa las letras de tu nombre.